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La primera vez que pisé Mexico fue el 22 de Febrero de 2017, el mismo día que cumplía 28 primaveras. Fue mi regalo para mi misma. Me bajé de un crucero en la isla de Cozumel e iba a pasar allí solo nueve horas, pero qué felices fueron y qué feliz fui yo por haber podido cumplir ese sueño que tenía desde que era una niña y miraba las novelas mexicanas en la tele. Viví  ese día intensamente y me quedé con ganas de más. 

Lo repetí en octubre-noviembre de 2019, cuando pase casi un mes recorriendo este lindo país, pasando por cuatro estados mexicanos y cumpliendo otro sueño, vivir en vivo el Día de los Muertos en tierras mexicanas. Poco me imaginaba que ese iba a ser mi último viaje largo y fuera del continente europeo antes de que llegue la pandemia a nuestras vidas. 

Exactamente dos años más tarde, en noviembre de 2021, volví a mi México lindo y querido por tercera vez. Junto a mi madre estuvimos dos semanas mochileando por dos estados nuevos, Jalisco y Baja California, y repitiendo uno, su capital Ciudad de México. Esta vez las aventuras fueron acompañadas también por música ranchera, los mariachis y el tequila, ni hace falta mencionar la deliciosa y a la vez picante comida que obviamente no nos perdimos por nada del mundo. 

 


Yo tuve los nervios a flor de piel hasta que nos subimos en el vuelo transatlántico. Fue una mezcla de no poder creerme que por fin iba a viajar de nuevo a otro continente, que esta vez el maldito virus no logro meter su mano y cancelar nuestro planes, que volvía un poco a mi estilo de vida viajero que tantas veces me pareció tan lejano mientras nos doblegamos a todas estas restricciones de movimiento. Tenía mil preguntas en la cabeza (como va ser, como nos sentiremos, podremos hacer lo que estamos planeando, lo disfrutaremos así como lo disfrutamos la otra vez, etc) y a la vez miedo a encontrarme un mundo tan diferente al que vi dos años atrás. 

Después de confirmar nuestros asientos en la puerta de embarque en Madrid, empecé a tranquilizarme y finalmente he dormido casi todo el vuelo nocturno. Esta vez también viajamos como siempre, con los billetes de staff que tengo como trabajador de una aerolínea, que están sujetos a la disponibilidad de plazas en el avión, si no quedan pues no subes y allí se activarán los planes B, C, D que está bien pensarlos con antelación. Pero si os digo la verdad, era lo que menos me preocupaba, estaba más pendiente de las nuevas normas y requisitos para viajar, y mira que los toco habitualmente en mi trabajo pero no dejan de cansarme con tanto cambio. 

Barcelona-Madrid-Ciudad de México-Guadalajara…tres aeropuertos y dos terminales de bus, un total de 27 horas de camino. En el control de pasaportes en Ciudad de México…sorpresa! A nadie le interesaba el pasaporte Covid o si presentamos algún peligro de cara a la salud pública, sino más bien si teníamos vuelo de regreso y reservas de hoteles. Esta vez el periodo de estancia en el país estaba ligado a esa información, si no estaba clara o incompleta te negaban la entrada. Así que el sello que finalmente pusieron en el pasaporte tuvo la fecha de nuestro vuelo de vuelta, no como hace dos años antes cuando podíamos estar hasta 180 días y nadie pedía los detalles del retorno. 

Al haber llegado después de un fin de semana largo y no sé qué festivos, cosa de la cual nos enteramos allí, ese día todo el mundo quería volar y volver a sus casas (mmm…pintaba muy mal). La disponibilidad de plazas en los vuelos se confirmó escasa, así que la única opción que nos quedaba era reemplazar un vuelo de hora y media por un viaje en autobús de siete horas para llegar a Guadalajara. En momentos así doy gracias por escuchar mi intuición y creer en las ideas que me vienen de la nada, más de una vez me ha servido la información para sacarme de un apuro. Y digo eso porque dos o tres días antes había verificado los horarios y las compañías de transporte, aunque era una posibilidad muy remota e inconveniente para nosotras. Así pudimos coger un Uber rápido, plantarnos en la terminal, encontrar plazas disponibles en un autobús que salía dentro de una hora y hasta desayunar tranquilas antes de salir. 

Pasamos una semana en el estado de Jalisco, establecimos como base la ciudad de Guadalajara y de allí hicimos escapadas alrededor. Varios de los elementos culturales conocidos mundialmente como muy mexicanos, tienen su origen allí: el tequila, los mariachis y la charrería, que es un conjunto de destrezas, habilidades ecuestres y vaqueras propias del charro o el jinete mexicano. 

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Por eso no pudimos perdernos una excursión al pueblo de Tequila, visitar dos destilerías y probar diez tipos de tequila o hacernos fotos en campos de agave azul, la planta origen de la bebida. En la tequilera Don Cayo, hasta tuvimos la oportunidad de conocer al mismísimo Don Cayo en persona, un señor mayor muy amable, que disfrutaba estar presente en los tours e interactuar con la gente que venía a visitar el negocio de su familia. Durante todo el camino hemos escuchado música regional mexicana y nos hicimos fotografías y videos con los demás acompañantes, ya que nos habíamos convertido en las estrellas del grupo al ser las únicas extranjeras entre ellos y encima de un país tan lejano al suyo. 

No hay nada más emocionante para nosotras que viajar por nuestra cuenta, en transporte público con los lugareños. Así que la gringa y la argentina, como nos llamaron nuestros compañeros del día anterior en el tour de Tequila antes de saber nuestros orígenes, se fueron solas a visitar el Lago Chapala y dos de las ciudades más conocidas situadas a su orilla, Ajijic y Chapala. Una vez más fuimos las únicas extranjeras en los terminales de bus y en los mismos buses. Aprendimos que el agua del lago Chapala es uno de los recursos de agua potable más importantes para la zona metropolitana de Guadalajara, que Axixic/Ajijic es uno de los pueblos indígenas más antiguos de México, fundado antes de la conquista española por la comunidad Náhuatl, en presente un destino conocido para organizar bodas y celebraciones de todo tipo o de reubicación para los estadounidenses y canadienses y que Chapala es un pueblo demasiado turístico para mi gusto pero con uno de los hoteles más antiguos del país, construido en 1898. 

Guadalajara nos sorprendió para bien, nos la habían recomendado unos años atrás, y la verdad es que me gusto mucho la ciudad. Nuestro hotel estaba en el mismo centro, así que tuvimos la oportunidad de caminar un montón por el casco histórico, de disfrutar la tranquilidad de las primeras horas del día cuando íbamos a desayunar, y también de poder participar en distintos eventos locales, una de las noches hasta tuvimos a los mariachis cantando en la plaza de enfrente y junto con ellos a más de cien personas. 

Me había enterado por Instagram antes de llegar allí que cada noche de jueves a domingo se organizaba un espectáculo de iluminación y video mapping 3D sobre la Catedral de Guadalajara que conmemoraba fechas históricas de la ciudad y le dije a mi madre que no podemos perderlo, así que nosotras y miles de personas más nos maravillamos juntos de esa proyección que duraba unos 15 minutos cada vez. Luego, tuvimos la suerte de presenciar las celebraciones organizadas por el 20 de noviembre, día del inicio de la revolución mexicana. Si en la Ciudad de México, el presidente Obrador y los miembros del Gobierno asistieron a un impresionante desfile, en Guadalajara se celebró en familia, con conciertos de música típica y mariachis cantando en las plazas principales.

Nosotras empezamos la mañana con un senderismo por la Barranca de Huentitan, un lugar famoso entre los habitantes de la zona y los mexicanos en general, ya que fue testigo de muchas batallas durante la conquista española y más tarde en la revolución mexicana, igual que el puente colgante Arcediano, nuestro objetivo principal para bajar unos 700 metros de desnivel. Las tres horas y media de caminata no fueron tan difíciles, aunque la subida se hizo notar y nos llenamos bastante de polvo, pero a la vez pudimos disfrutar un poco de naturaleza antes de ir a ver las celebraciones. 

Acabamos el Dia de la Revolución con un espectáculo maravilloso en el Teatro Degollado, ofrecido por el Ballet Folclórico de la Universidad de Guadalajara, donde durante dos horas hemos disfrutamos como niñas pequeñas de música, baile, mucho color, alegría y tradiciones típicos de cuatro estados mexicanos (Veracruz, Acapulco, Campeche y Jalisco). ¡Un día más auténtico imposible! 

 


Si en Jalisco sentimos el México auténtico, en la segunda semana pasamos a un estado mexicano muy diferente y con mucho toque americano, Baja California. 

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Baja California Sur nos recibió con más calor, un paisaje desértico y todo a lo grande, desde carreteras, modelos de camionetas, platos de comida hasta los resorts turísticos. Se nota que es un destino adaptado a las peticiones y deseos de los norteamericanos, ya que apenas se ven otras nacionalidades y de hecho muchas veces se sorprenden que hablas castellano. En la última noche en La Paz nos ha pasado cenar en un restaurante en el centro histórico y ser las únicas no americanas allí. A pesar de todo eso, hemos intentado encontrar la opción más local del estado y creo que lo hemos logrado con éxito. Hospedarse unos días en La Paz, la capital de la Baja California Sur, y luego unos días más en San Jose del Cabo, en vez de ir al mundialmente conocido Cabo San Lucas, han sido una buena elección. 

Las dos nos han aportado paz, tranquilidad, playas enormes con muy poca gente, puestas de sol preciosas y un ambiente más mexicano, que al final era lo que estábamos buscando. Aun así, la relajación total la encontramos cada día y cada noche en nuestra super habitación de hotel de San José del Cabo, con una cama extra grande, balcón y ventanales hasta abajo con vistas preciosas a un campo de golf y al horizonte…el Océano Pacifico. 

La Paz significó pasear para arriba y para abajo todas las tardes en el malecón junto a otros turistas y habitantes, ver cuánto cambia la playa Balandra a lo largo del día con el flujo y el reflujo del mar, ir en una lancha unas cuatro horas ida y vuelta y acabar con el pelo enredado de tanto viento para visitar la Isla Espíritu Santo, una reserva natural protegida con mucha variedad de pájaros, reptiles, lobos marinos. San Jose del Cabo nos sorprendió con su centro histórico colorido, lleno de galerías de arte y de restaurantes acogedores, con una zona hotelera bastante extensa al lado del mar, avenidas con palmeras y flores, pero nada que ver con el bullicio de gente, el tráfico y la cantidad de cosas sumamente turísticas que encontramos en Cabo San Lucas. No se si es asi siempre o el hecho de que había dos barcos de Carnival Cruises amarrados en el puerto el día que fuimos contribuyó mucho a eso. La idea es que vimos un tipo de turismo que no me gusto nada, del cual la gente se baja del barco, se tira en la playa o el chiringuito de enfrente y no ve nada más, con vendedores ambulantes mexicanos a su lado intentando venderles cualquier cosa todo el rato como si hubiera llegado la gallina de los huevos de oro, un turismo que masifica demasiado el lugar y lo transforma en algo horrible para el medioambiente, sus habitantes y para cualquier persona que viene a un país a ver lo auténtico, donde la cultura mexicana casi ni se nota entre tanto gringo. 


Acabamos este viaje con dos días más en Ciudad de México, donde esta vez si logramos llegar a Xochimilco, subirnos a una trajinera y que nos canten los mariachis al oído. Aunque suene muy turístico, es otro sueño que teníamos desde que veíamos novelas en la tele y también es una manera bastante típica de los mexicanos para celebrar juntos y pasar el tiempo en familia. Los canales de la ciudad son los últimos restos del extenso sistema de transporte que crearon los aztecas, ahora usados solo por las coloridas góndolas llenas con visitantes, grupos de mariachis o vendedores ambulantes de comida y bebida. También fuimos a ver la primera experiencia inmersiva hecha y producida en México, una función sobre la conocida mexicana Frida Kahlo, donde sus pinturas cobran vida propia y se escuchan extractos de sus diarios y cartas. Fue un final de viaje muy diferente, ya que después de casi dos semanas de relajación y ritmo más lento llegamos a una capital repleta de gente, coches, manifestaciones que causaron cortes inesperados de avenidas principales y una locura en el tráfico. 


Qué más puedo decir sobre mi Mexico lindo y querido?! 

Creo que en este contexto impredecible que estamos viviendo desde hace dos años, México fue la mejor combinación de confort y novedad, confort porque no es la primera vez que vamos y conocemos la cultura, también porque ha sido bastante estable a nivel de condiciones para entrar al país, novedad porque vimos otros estados mexicanos y sobre todo por la gestión diferente de los requerimientos de la vida diaria (mascarillas, geles, distancias, aforos, etc). 

Aunque la pandemia ha afectado a todo el planeta y hay una línea común de medidas de protección, se vive diferente en cada nación, incluso de una ciudad a otra. Para mi en Europa hay demasiado pánico y miedo infundido por los medios y redes sociales, no paramos de abrir y cerrar, relajar y restringir, cuando llega el invierno es un drama, un sinvivir hasta que te aclaras que puedes hacer y que no en los días festivos, no se a quien mas le queda energía para disfrutar algo con tanto cambio de última hora. Aquí se ha podido hacer mucho telework, reuniones online y estar aislados los unos de los otros, pero no todos los países son tan tecnológicos para permitirse ese estilo de vida, y menos mal que es así.

**He escrito más sobre cómo se vivió el primer año en España aqui

Estando en México, he sentido un ápice de normalidad por primera vez en mucho tiempo. La gente no tenía reacciones exageradas a la hora de acercarte o tocarlos por error, no te miraban mal, no se ponían gel hidroalcohólico cada media hora, siguen juntándose en familia y con amigos, comen y viven su vida en la calle tal y como lo hacían antes, el cash sigue siendo el rey de los métodos de pago. Siguen viviendo su vida a pesar de todo

Así que gracias por tus colores, canciones, las emociones vividas y tu normalidad. ¡Volveré!


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