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Empecé a viajar desde pequeña, mis padres y mis abuelos me llevaban a todas partes y compartían conmigo gran parte de las cosas que les gustaban a ellos: la playa, la montaña, el senderismo, los deportes, las actividades culturales. 

Viajes nacionales 

Durante muchos años, en verano, con mi madre y mi padrastro tuvimos la costumbre de ir una semana a la playa y otra a la montaña, en general en Agosto, ya que era cuando la empresa de mi madre cerraba y todo el mundo tenía vacaciones. Creo que esto duró hasta tener 12 años de edad más o menos. 

En la playa no significaba estar tumbado en la arena todo el día allí a tres metros del hotel ni desplazarse para comer y volver a tumbarse. Nada que ver, éramos una familia muy activa, así que a veces cogíamos el tren e íbamos a otro pueblo playero para luego volver caminando unos kilómetros por la orilla del mar. Por las noches, tocaba jugar un rato en el parque de atracciones y después ir al teatro de verano, donde se organizaban conciertos y todo tipo de espectáculos al aire libre. Me gustaba mucho el barullo y la gente, aunque no siempre entendía las bromas y las sutilidades de los discursos pertenecientes a los grupos de comediantes.  

En la montaña no os imaginéis tampoco paseos de cuatro pasos para arriba y para abajo de la estación para digerir la comida. La realidad era que caminábamos kilómetros y hacíamos rutas de senderismo, aun conmigo de 6-7 años de edad. Solíamos tener un campamento base, tipo una pensión o un hotel sencillo con desayuno incluido, de hecho nunca fuimos con tienda de campaña o algo similar. 

En general, las rutas eran de día entero, con alguna parada para comer y descansar al mediodía. Mi padrastro era el encargado de llevar la mochila con lo necesario: ropa para abrigarnos y para lluvia, agua, chocolate y frutos secos, todo esto nunca faltaba. Mi madre era la guia oficial, cada dia cogia el mapa de papel (si, no había ni internet ni GPS todavía) y escogia la ruta a seguir, la mayoría eran chulas pero no siempre estimaba correctamente el total o la dificultad de la ruta, lo que conllevo a tener recuerdos muy divertidos después. Recuerdo que mi madre sacaba el chocolate cuando me quejaba que estoy cansada y ya no puedo caminar, ese truco nunca fallaba. 

Con mis abuelos maternos también he recorrido zonas de Rumania, hemos visitado lugares, a mi abuela le gustaban mucho las actividades culturales, a cambio con mi abuelo pasaba tiempo al aire libre. Él me enseñó las reglas para jugar fútbol, tenis, voleibol o bádminton, le gustaban todos los deportes y los practicaba conmigo. Y con los dos he hecho excursiones por la montaña, pero mucho más sencillas y de poca dificultad que con mis padres. 

Con mi abuela materna y mi madre también viajamos mucho a distintas ciudades de Rumania para ver competiciones nacionales de saltos. Las dos habían estado involucradas en el ámbito desde hace muchos años, pero en esa época solo actuaban como árbitros y staff organizador. Ya más mayor, me involucraron a mi también en ello y lo disfruté muchísimo. Me acostumbré a este ambiente, al jaleo del público, a las emociones vividas, a ver a los deportistas de cerca, de hecho me crié junto a ellos allí en el borde de la piscina. Así empecé a soñar con ir algún día al extranjero a ver una competición deportiva, y si iban a ser las Olimpiadas todavía mejor.

A partir de los 12 años empecé a practicar karate y también a viajar sin mi familia. Colonias de verano, campamentos de preparación deportiva, competiciones de distintos niveles…la mayoría de veces he ido sola. Así aprendí a cuidar de mis cosas, a cuidarme a mí misma e incluso a cuidar de otros niños menores que yo. Desde entonces hasta cumplir la mayoría de edad, creo que hice máximo cinco viajes junto a mis padres, a mi me dejaban ir con mis amigos o con mis compañeros de karate y ellos se iban de vacaciones por separado. 

Hasta los 17 años he viajado solo a nivel nacional. Vivíamos en un país que todavía estaba aprendiendo lo que significaba la democracia después de la caída del comunismo. Salir al extranjero no era tarea fácil, necesitábamos pasaportes y visados para muchos países de Europa, ya que nos veían como posibles inmigrantes. Ni hablar de otros continentes, parecía algo imposible de conseguir y tan lejano físicamente.  

Mi familia era de nivel medio, vivíamos una vida bastante confortable en Rumania, pero salía caro irse fuera de vacaciones y tampoco era algo habitual entre la gente que nos rodeaba. Se podría decir que solo los ricos lo hacían. Tanto mis padres como mis abuelos habían viajado en la época comunista como deportistas y entrenadores de élite, pero el único que pudo y continuó haciéndolo después de 1989 fue mi padre biológico, que trabajaba como comentarista deportivo para la cadena nacional de radio. 

Viajes internacionales 

El verano de 2006 fue el que incluyó mis primeros viajes al extranjero. Tenía 17 años, al no ser mayor de edad aun no podía salir del país sin una previa autorización notarial de mis padres, aun viajando con uno de ellos era necesario que el otro expresara su acuerdo por escrito. 

El primer viaje que hice junto a mi madre fue para ver una competición deportiva, un Campeonato Europeo de Boxeo Femenino en la isla de Cerdeña, Italia, de hecho conté un poco sobre la experiencia de mi primer vuelo en avión aquí. Como país, todavía no habíamos entrado en la Unión Europea, iba a pasar dentro de medio año, el 01 de Enero de 2007, y después de eso las cosas empezaron a ser mucho más fáciles. 

El segundo viaje fue al cabo de dos meses a otra competición, esta vez un Campeonato Europeo de Natación en Budapest, Hungría. Mi padre biológico iba en calidad de comentarista deportivo, además iba en coche, así que le dijo a mi madre que le gustaría llevarme con él y ella le dijo que sí. Me pasé 10 días viendo a mis queridos saltadores y nadadores en vivo, saltando de una grada a otra, disfrutando al máximo el ambiente y visitando la ciudad de Budapest en el poco tiempo que me quedaba. La mejor sorpresa de ese viaje fue participar junto al equipo rumano a la fiesta de cierre, organizada solo para los deportistas, conocer en persona a algunos de mis preferidos y tomarme fotos con ellos. 

El siguiente año, en Agosto de 2007, pasé un mes entero sola en el extranjero. Había ido a hacer un curso de español en una escuela de idiomas que había encontrado yo misma por internet. Se llamaba Enforex, estando allí me enamoré de Barcelona y se me abrió un mundo tan grande de posibilidades, que lo considero un antes y un después en mi vida. 

Con solo 18 años había organizado el primer viaje por mi cuenta. Y mis padres me dejaron ir. Se fiaron de mis ideas, mi estimación de costes, mi capacidad de cuidarme sola y de adaptarme a un entorno nuevo. Creo que nunca se imaginaron el cambio que eso iba a provocar en nuestra vida familiar y en su hija. Mi madre recuerda que al volver de Barcelona me noto tan distinta, como que ya no encajaba en Rumania, y se dio cuenta que pronto me iré de su lado en busca de nuevos rumbos.  


Ni en mis mejores sueños, hubiera sido capaz de imaginarme todo lo que iba llegar a hacer después de ese momento: la multitud de viajes cerca y lejos, los intercambios culturales, las mudanzas a otros países tan distintos al mío, las experiencias de trabajo con gente de nacionalidades variadas, pero sobre eso…en otra ocasión. 

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